Hoy tuve un maravilloso sueño
La Calera abril 7 de 2013
Estaba sobre mi bicicleta y avanzaba por una vía llena de baches y huecos, algunos los podía esquivar pero otros tenía que cogerlos obligatoriamente por temor a que me atropellara uno de los cientos de automóviles y camiones que me pasaban rosando y que a punta de bocinazos se empeñaban en que me saliera de la vía.
En la medida en que avanzaba, la respiración se me dificultaba, no por la inclinación del terreno si no por el aire contaminado. A la distancia alcancé a divisar a mis compañeros del grupo que se habían detenido al llegar a una población. La entrada estaba atestada de gente que se atravesaba las calles sin mirar, había niños, ciclistas, patinadores, perros y vendedores ambulantes. Finalmente pude pasar el pueblo, ya no veía a mis amigos.
Decidí resignarme, salí de la vía y paré frente a una finca. Me recosté en el prado para descansar un rato; no sé en qué momento me dormí, si es que lo hice. El caso es que cuando desperté ya no estaba allí.

Seguía sobre mi bici, pero rodaba por una solitaria carretera pavimentada, () a mi izquierda había un inmenso depósito de agua de tonalidades que pasaban del azul al gris, en principio me pareció que era el mar, pero la temperatura no era cálida, soplaba una brisa helada que me refrescaba en la medida que avanzaba. Sin duda era un gigantesco lago, no sé si natural o artificial, pero lo cierto era que mirarlo en su inmensidad producía una indescriptible paz interior.

El lago estaba bordeado por piedras, zarzales, arbustos y frailejones, y especies de espigas, cuyos colores brillantes hacían resaltar el azul gris del agua en la cual se podían apreciar pequeñas olas y ondas que producia el viento semejando un mar tranquilo y apacible.

A mi derecha, me acompañaba la ladera de la montaña cuyas cicatrices en la roca que se habían expuesto por los cortes que se hicieron al construir la carretera, ya se cubrían casi por completo con una exuberante vegetación multicolor de tonalidades café, amarillo y verde. Encima, una espesa zona boscosa de pinos y eucaliptos entre otros.
Arriba las montañas que se perdían en el azul inmenso del cielo. Por momentos el lago desaparecía pues la carretera parecía alejarse, entonces la vegetación y los árboles y arbustos multicolores hacían calle de honor. Al superar un pequeño repecho pude apreciar la cadena de montañas que se entrelazaban para formar un círculo gigante custodiando la laguna, de pronto para que nadie se atreva a robar el preciado líquido; al fondo, un hermoso cielo azul adornado con nubes blancas, semejando un paisaje de Rubens. En lo alto como un ovni flotaba un parapentista que parecía estar espiándome, ()
De pronto vi a lo lejos un grupo grande de ciclistas, con camisetas blancas. Puse una relación más fuerte y me dispuse a alcanzarlos, con la esperanza de que me pudieran acompañar en este hermoso viaje en bicicleta. Finalmente les llegué (), entonces quedé perplejo, fui reconociendo uno a uno los rostros de mis amigos y colegas, Pulga, Melqui, Diana, Gabriel. Jorge, Esther, Marcolino, Nobile, Hermes, William, Jacinto, Eduardo, Pedro, Pablo, Fernando William, Alejo, Pacho, Nelson, Camilo, Hugo, Álvaro, Ilde, Giacomo, (perdón, por si se me escapa algún nombre )… en fin inexplicablemente allí estaban todos, me contaron que el lote conmigo llegaba a 36 pedalistas.

Estaban todos felices. Ya de cerca pude detallar el uniforme que lucían, camiseta de un blanco intenso, con cuello y puños rojo y negro, unas suaves líneas formaban un curioso diseño de color rojo a la izquierda y negro a la derecha, logos de Febor y Asopenbre; pantaloneta negra con un triángulo en el que se leía “CicloBR 25 años”. Me gustó ese traje de ciclismo, se veían tan elegantes… pensé qué bueno poder lucirlo, me sentiría orgulloso.
Bajé mi vista y me sorprendí al descubrir que yo llevaba el mismo uniforme. No entendía qué pasaba pero me sentí el más feliz de los mortales, estaba compartiendo con mis amigos en un ciclopaseo y además luciendo ese uniforme conmemorativo de los 25 años de un grupo maravilloso de amigos ciclistas que se multiplica con los años.
La carretera al parecer estaba contratada para nosotros, pues no había otros grupos de ciclismo, ni carros, los pocos que veíamos parados al lado con gente tomando fotos eran de familiares de los ciclistas. A los lados veíamos personal de seguridad, en motos, caballos y a pie.

Recuerdo que Giacomo llevaba en el manubrio de su bicicleta una cámara filmadora y parecía un niño estrenando juguete, avanzaba, nos tomaba distancia, se devolvía, paraba, nos enfrentaba para enfocar hasta el último ciclista; luego retomaba el camino haciendo gala de sus condiciones físicas y volvía a pasar a todos hasta llegar a la cabeza del lote para repetir la historia.
El recorrido tenía algo de terreno plano, pero en su mayoría era ondulado, con repechos suaves, una subida de 200 metros bastante exigente (), unas buenas bajadas rápidas, un tramo de 500 metros que no parecía de subida pero que lo sentían nuestras piernas, como ven todo tipo de terreno hasta una recta interminable con leve pendiente que se podía tomar perfectamente con el plato grande, me sentía en una contrarreloj con ruedas lenticulares avanzando a 50 kmts hora, pero al mirar mi cuenta kilómetros apenas iba a 25.
Al pasar por una recta despejada, con barandas similares a un puente, la laguna apareció a la izquierda en todo su esplendor. A lo lejos se veían unas edificaciones industriales que semejaban una planta. En el piso estaban pintados tres gigantescos círculos color terracota, que fueron ordenados por el alcalde Mockus como símbolos sagrados de tierra, agua y aire, guardianes que invocan el poder de estos elementos para proteger la reserva. Alguien paró y sugirió que tomáramos una foto, ahora quienes permanecieron por más de un minuto dentro de algún círculo quedarán protegidos por los tres elementos (es en serio no se rían...).

Giacomo aprovechó y registró en su cámara los alegres rostros de aquel agigantado lote de ciclistas integrantes de CicloBR (como no iba a quedar en ningún video se las ingenió para filmarse en pleno movimiento) . Los ciclistas parecían niños disfrutando un parque de diversiones, todos con caras de felicidad, sonrientes, hasta Mauricio Ordóñez y Alberto Otálora que sufrieron pinchazos.
En la medida en que aparecían repechos poco a poco el grupo se fue seleccionando naturalmente por niveles para que todos disfrutaran el ciclopaseo a su ritmo.
Descubrí que en algunos sitios el paisaje era idéntico, juraría que ya había pasado por allí, pregunté y me explicaron que era una vía infinita, es decir, que no tenía fin, que cada uno podía rodar y rodar hasta el límite de sus fuerzas y que volvería a pasar por sitios conocidos una y otra vez, es decir las veces que uno quisiera.

Una vez completé 66 kmts decidí parar; allí en la meta, frente a una hermosa casona colonial estaban mis compañeros, los que habían hecho el mismo recorrido pero llegaron antes y aquellos que habían plantado en 44 0 55 kmts. Eran las 11 y 30 de la mañana. Frente a la casona en el parqueadero, los Pulgas, Nobile, Luis Eduardo y Camilo con Alberto Otálora estaban repartiendo un emparedado y jugos helados, refrigerios que nos salvaron la vida pues ya llegábamos sin agua y sin nada de provisiones.
Parado en el parqueadero de pronto recordé que unos minutos antes de las 9 de la mañana estábamos allí en ese mismo lugar todos los 36 ciclistas posando para las cámaras, incluida la mascota que Pulga adoptó, de allí partimos minutos después para el hermoso recorrido que acabábamos de concluir.

El sueño había sido un sueño real, estaba despierto, pero la belleza del paisaje y la tranquilidad de la vía me habían hecho divagar y comparar con las vías que cada domingo frecuentamos en nuestras prácticas ciclísticas dominicales y nada que ver.

El lago que veía todo el camino era ni más ni menos la Represa de San Rafaél, estábamos en la reserva forestal de la Planta Wiesner y habíamos dado 6 vueltas al circuito pavimentado de 11 kilómetros que circunda la represa. Un paseo maravilloso, todo un privilegio, un sueño que probablemente nunca olvidaremos.
Este sueño se pudo cumplir gracias a la invitación de nuestra nueva compañera de ciclismo Diana Tavera, Gerente Regional de la EAA quien amablemente se encargó de gestionarnos los permisos de ingreso y acceso a esta vía que tuvimos exclusivamente para nosotros durante medio día. En nombre de todos un billón y medio de gracias Dianita, gracias también a tu esposo Fernando por su colaboración. Hacemos extensivo nuestro reconocimiento a los funcionarios del Acueducto y vigilantes de la Planta Wisner.
El sueño hubiese quedado en eso, un sueño que luego se desvanece a no ser por las excelentes imágenes que captaron en su poderosa cámara Consuelo y Jorge Gutiérrez, Sandra Figueroa, Marisol Martínez, y su hija María Camila.
Por supuesto fenomenal la actuación y manejo de la cámara que hizo nuestro reportero ciclista Giacomo Criscione, quien trabajó de punta a punta.
El hambre y la sed que sentíamos al final la mitigaron Leticia de Otálora, su esposo Alberto y la familia Pulguis: Luis Eduardo, Nobile y Camilo, quienes trabajaron arduamente el sábado anterior en la preparación de esos deliciosos emparedados que con los helados juguitos nos evitaron la pesadilla de la pálida. Para todos ellos un sincero agradecimiento y no olviden que quedan contratados para la próxima que será mejor, huy se me chispotió...
Un agradecimiento a los 36 ciclistas que acudieron a la convocatoria y que se involucraron en el sueño. Los vimos a todos felices disfrutando de una vía sin autos, sin huecos, sin polución rodeada de una hermosa vegetación, bajo un cielo azul esplendoroso en un día refrigerado por las gélidas aguas del embalse de San Rafaél.
A última hora no pudieron asistir Miguelito Granados por un imprevisto viaje de trabajo a Cúcuta, El doctor Jorge Sánchez y Edgar Dimián por compromisos familiares, Molanito quien tenía cita con el ratón Miguelito en La Florida, Chucho que no alcanzó a llegar con los mangos desde su finca y Manuel Panesso que probablemente inició otro postgrado. Seguramente ellos hubieran sido actores de primera en el maravilloso sueño que les describimos.

Disfruten de (esperamos que las demás fotógrafas nos compartan otras durante la semana).
El trabajo completo en video de Giacomo, ya fue editado y procesado en nuestros laboratorios de multimedia, nos amanecimos pero lo importante es que esa imágenes de los ciclistas en la Planta Wiesner
NOTA:
El Embalse San Rafaél fue construido por la firma italiana Cogefar Impressit Costruzioni Generali S.p.A., entre abril de 1992 y el 7 de noviembre de 1996.
Implicó la inundación de una extensión de 370 hectáreas para permitir a la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) traer el agua de la represa de Chingaza y almacenarla en el embalse de San Rafael. De allí la lleva por bombeo a la Planta Wiesner (La Calera), para tratarla y distribuirla finalmente a toda la ciudad.
Francisco Wiesner Rozo fue un Ingeniero civil, egresado de la Universidad Nacional de Colombia, Ingresó a la Empresa de Acueducto de Bogotá en 1926, cuando se llamaba Empresas Públicas de Acueducto y el tranvía. Desde 1934 hasta 1959, estuvo vinculado como director en todas las obras en que intervinieron el río Tunjuelo, se jubiló en 1962 y falleció en 1983. En recuerdo de su vida y obra la planta de tratamiento que recibe las aguas de Chingaza, y la infraestructura de conducción de agua del norte de la ciudad recibieron su nombre. |
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